Esta triste y dolorosa pandemia que nos afecta ya a todos nos deja datos imposibles de olvidar. Las cifras nos hablan de casi 120.000 muertos y 1,9 millones de casos en todo el mundo. Pero si miramos con un poco más de detenimiento, vemos cómo se está cebando especialmente con las personas más vulnerables y está agrandando las brechas de desigualdad que ya existían antes de la crisis.

En Chicago, donde la población negra es aproximadamente un 30% de la población total, los afroamericanos representan ya el 70% de los fallecidos. En Louisiana, Washington o Milkwaukee los datos siguen el mismo patrón:la población negra está siendo mucho más afectada que las personas blancas. El Washington Post hablaba de hasta tres veces más contagios y seis veces más de posibilidades de morir por coronavirus entre la población negra. Los expertos aportan muchas explicaciones, pero todas van en la misma línea: la de la desigualdad. El hacinamiento en barrios de mayoría afroamericana; el tener que continuar con sus trabajos (generalmente menos cualificados y que han de realizarse de manera presencial), la falta de seguros médicos y el racismo histórico que todavía se mantiene en el sistema sanitario, entre otras.

Imagen: Susan Daily, Ibvm de Australia. 

También en España, las situaciones que antes eran delicadas ahora se han vuelto extremas y urgentes: alumnado que no tiene posibilidades para conectarse y seguir las clases de forma on line; familias cuyos ingresos dependían de trabajos informales y no tienen apenas para pagar el alquiler o incluso comer, o empleadas del hogar que no contaban con contrato y perdieron trabajo y casa en el mismo día.

En otros países, la situación puede ser incluso peor. En Perú, por ejemplo, la falta de acceso a agua limpia, potable y gratuita dificulta las medidas de prevención frente al coronavirus. Y la existencia de un 70% de trabajadores informales impide que en muchos hogares entre un sueldo en estos días. Se han tomado medidas para apoyar a las familias, pero se prevé que el golpe económico será extremadamente duro para los más empobrecidos. Situaciones similares se dan en otros países de América Latina, India y África. Y en muchos lugares se preguntan cuáles serán las consecuencias económicas para las personas que, si no salen a trabajar, no comen.

Frente a todo esto, sólo nos queda la esperanza, como decíamos en la reflexión de ayer, de saber que cuando todo esto acabe, podemos -y debemos- convertirnos en una sociedad mejor, más justa e igualitaria.

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