01
La primera palabra que la pequeña María pronunció fue Jesús. Después de ésta, no volvió a articular ninguna otra durante meses.
02
Cuando María tenía diez años, sus padres le insistían en que se desposara con un joven de nombre Redshaw, reconocido por su riqueza y su alta alcurnia. María, sin embargo, pidió con gran fervor al Señor que impidiera este matrimonio a no ser que fuese para honrarle o para el bien de su alma. Así acaeció.
03
A los diez años, María tuvo una caída muy peligrosa que le provocó la pérdida del habla. Entonces reflexionó: “Ay, si sólo pudiera pronunciar el preciosísimo nombre de Jesús, moriría contenta”. Al pronunciarlo, recobró la salud y sintió tanto amor por Dios, que en toda su vida no olvidó esta gracia que le fue concedida.
04
En 1595, cuando María aún no tenía once años, se originó un incendio en la casa de Old Mulwith; era la fiesta de la Anunciación de la Virgen. María permaneció valientemente en un cuarto, rezando el rosario con sus hermanitas, hasta que vino su padre y las salvó.
05
Antes de cumplir los doce años, María fue nuevamente instada por sus padres a unirse en matrimonio con un joven de muy buena reputación, llamado Shafto. Rechazó esta proposición con gran valor y celo, considerando sólo a Dios digno de su amor.
06
Al cumplir los trece años, se le presentó el “maligno”, montando a caballo y bajo la figura del camarero de su padre, cuyo nombre era Francisco Charles. Éste le leyó una carta, en la que le comunicaban –falsamente– que su padre le ordenaba posponer su Primera Comunión hasta recibir nuevas órdenes.
07
A los trece años, después de haber superado muchos obstáculos, María se preparó con gran devoción y celo para recibir la Primera Comunión, de la que obtuvo una gran iluminación y conocimiento de Dios.
08
A sus trece años y ante el peligro y la amenaza de la guerra, vivió en la casa de su tía. Allí recibió varias proposiciones matrimoniales de un caballero llamado Eldrington, que se distinguía por su noble alcurnia y otras cualidades. Mas, siendo su corazón preso del amor de Dios, no admitió ningún amor humano. Se afligió tanto por causa de todo esto, que enfermó gravemente, por lo que su padre decidió llevársela de vuelta a casa.
09
Cuando María tenía quince años, se hallaba un día cosiendo con su prima Bárbara Babthorpe y escuchó lo que narraba sobre una monja de clausura, una señora temerosa de Dios, cuyo nombre era Margarita Garrett. Dicha religiosa había protagonizado un escándalo y había sido castigada muy severamente por ello. A través de este relato, María recibió de Dios tanto conocimiento sobre la excelencia de la vida religiosa que decidió abrazar este estado de perfección.
10
A los dieciséis años, leyendo las biografías de los mártires, María fue cautivada por un deseo ardiente hacia el martirio. Pensaba que nada que no fuese un martirio real, podría calmar su anhelo. Hasta que el Salvador le dio a entender interiormente, con toda claridad, que Él no le pedía el martirio del cuerpo, sino el del espíritu.
11
Cuando María empezó a creer que su deseo por el martirio había disminuido, temió que ello fuera por su falta de correspondencia. Por este motivo se dedicó a la oración. Mediante una visión interior, Dios le mostró que el martirio –que Él le pedía-, consistía en la perfecta observancia de los tres consejos evangélicos de la vida religiosa.
12
A sus veinte años, todos sus amigos, religiosos y seglares, procuraban disuadirla de que se hiciera religiosa. Por este motivo, se dedicó, casi día y noche, a la oración y a la penitencia; implorando a Dios que su santa voluntad se cumpliera en ella. Finalmente, entendió las palabras de Cristo: “Buscad primero el Reino de Dios”. Estaba segura de que Dios le asistía y recibió tanta luz, que le infundió ánimo (no sólo entonces, sino también en muchas otras ocasiones).
13
En 1606, cuando María tenía 21 años, fue casi obligada por sus padres y por su confesor a contraer matrimonio con un noble joven, llamado Neville y único heredero del Condado de Westmoreland. Dios permitió esta situación para probar su fidelidad. Pero María siguió heroicamente la llamada del Señor y no hizo caso de la persuasión de los hombres.
14
En 1606, cuando el confesor de María celebraba una misa en Londres, volcó el cáliz por intervención divina. Este percance provocó un cambio tan grande en su mente que después de la celebración, cuando María le alcanzó respetuosamente la toalla para que se secara las manos, le dijo llorando: “Nunca más impediré sus opciones religiosas, es más, me empeñaré en ayudarle con todas mis fuerzas”. Y eso es lo que sucedió.
15
Cuando María había cumplido los 21 años, en 1606 y después de la fiesta de Pentecostés, se embarcó hacia Saint-Omer, con el permiso de su confesor y el consentimiento de sus padres. La acompañó una dama llamada Bentley. María estaba llena de gozo. En Saint-Omer quería abrazar la vida religiosa que había anhelado desde hacía tanto tiempo.
16
En 1609, a los 24 años, María hizo el voto de volver a Inglaterra. Hizo este voto con la aprobación de su confesor, al que había prometido obediencia en todos los temas espirituales. En Inglaterra pensaba dedicarse, de acuerdo con su rango, a la salvación de sus prójimos; cosa que realizó con gran éxito.
17
En Coldham Hall, Inglaterra, María convirtió a una dama acomodada que había caído por completo en la herejía. Hombres letrados y sabios ya habían intentado en vano su conversión. María puso sus manos sobre ella y le habló amigablemente. Después de esto, la dama exclamó: “Quiero hacerme católica, confesar mis pecados y hacer lo necesario para mi entera conversión”. Así lo hizo, con gran fervor, justo antes de su muerte.
18
Muy animada y con el deseo ardiente de atraer a su tía, la señorita Gray, a la religión católica, María cambió su indumentaria de noble aristócrata por un vestido de sirvienta. Su objetivo era poder hablar en Londres con su tía, sin ser reconocida y con mayor libertad, en una casa que habían fijado para ello.
19
Mediante su asidua oración y sus elocuentes palabras, María consiguió –y con el fruto deseado– que su tía la señorita Gray se pusiese en contacto con un sacerdote de la Compañía de Jesús. Así logró que una hereje empedernida se convirtiera a la única fe salvadora y recibiese con devoción el Santo Viático en su lecho de muerte.
20
En Londres, un noble caballero envió a María, por medio de sus lacayos, una obra maestra de repostería. Ella, no sin motivos y temiendo que en ello podría haber algún ardid del “maligno”, se encerró en su habitación y pasó la noche en oración y penitencia.
21
En 1609 en Londres, María acababa de terminar su meditación, que creía no haber hecho con suficiente fervor. Para remediar su falta, se propuso, mientras se vestía para salir, dar la dote necesaria a una persona noble a la que le hubiera gustado entrar en una Orden religiosa, pero no tenía los medios para hacerlo. En aquel momento, le sobrevino un éxtasis y quedó privada del uso de todos sus sentidos y movimientos. Entendió, con total claridad, que no era la voluntad de Dios que ingresara en la Orden de Santa Teresa, sino que estaba llamada a un estado de mayor excelencia, que daría a Dios una gloria incomparablemente mayor. En su oído resonaba sin parar la palabra: “¡Gloria!”.
22
En el mismo año 1609, con su ejemplo y palabra, María conquistó para el Divino Esposo algunas jóvenes pertenecientes a la nobleza. Éstas, para librarse de los engaños de lo mundano, fueron con ella a Saint-Omer donde, bajo su dirección, querían servir a Dios en la vida religiosa.
23
Una vez en Saint-Omer, María se afligía pensando que su afecto hacia su confesor era demasiado grande. Postrada en tierra y en actitud de oración, decidió renunciar a su confesor y a todo lo que, en lo más mínimo, pudiese disminuir la perfección del amor divino. Entonces Cristo se le apareció y le dijo: “Necia, no tú, sino yo lo he elegido para ti”. Con estas palabras quedó reconfortada y libre de su preocupación.
24
En 1611, algo recuperada de una gravísima enfermedad y estando sola postrada en una cama, con una extraordinaria tranquilidad de espíritu, María oyó con total claridad una voz interior que le revelaba qué forma debía dar a su Instituto. Esta vivencia le iluminó, le consoló y le dio tanta fuerza que le fue imposible dudar que este conocimiento provenía de una fuerza divina, que no le podía engañar.
25
En la fiesta de Todos los Santos de 1615 en Saint-Omer, Dios mostró a María un alma justa con una belleza inefable, en la que todas las virtudes parecían formar una cadena. Mediante esta visión María no sólo fue desapegada de toda atadura terrenal, sino que también obtuvo la verdadera libertad de espíritu, la “indiferencia”, la sabiduría celestial y la aptitud para todo lo que exigía la perfección del Instituto.
26
En la fiesta de Santiago Apóstol de 1618, María atravesaba el mar. Invocando ella el auxilio de este santo, su especial patrono, con la admiración de todos, se calmó el peligroso motín que había estallado en la nave. María confesó luego que jamás le había sido negada una gracia, pedida a Dios por intercesión de “este príncipe del cielo”.
27
En Londres, mientras María meditaba sobre las palabras: “Le pondrás por nombre Jesús”, Dios le mostró un alma justa, dotada de gran gloria. Le dio a entender con gran claridad que todas aquellas que, según su vocación, viven en este Instituto alcanzarán esta tan indescriptible belleza del alma, porque este estado viene dado por la justicia original y la hace semejante a Cristo el Señor, modelo perfecto de todas las virtudes.
28
En 1618, cuando María lloraba con muchas lágrimas por sus pecados, Dios le dio a entender con claridad que debía satisfacerlos en esta vida. Ella, que lo sentía muy de cerca, le pidió insistentemente que le mostrara en qué forma había de hacerlo. En seguida percibió interiormente que debía soportar con alegría todas las penurias que le sobrevendrían por el cumplimiento de su santísima voluntad.
29
Una vez María se hallaba rezando insistentemente por un sacerdote -al que había convertido de su mala vida-, temiendo que pudiera encontrarse en ocasión próxima de pecado. Entonces Dios le mostró, de forma visible, su ángel de la Guarda en la cabecera de su cama, extendiendo amorosamente los brazos sobre él, como queriendo protegerlo de todo peligro. Le dijo: “¿No ves, cuán fielmente lo cuido?”.
30
En 1619 en Saint-Omer, mientras María agradecía fervorosamente a Dios la gracia de su vocación, Dios le mostró claramente que ayudar a la salvación de las almas era un don mucho más excelente que la vida de clausura y aún que el propio martirio.
31
En 1619, cuando María meditaba sobre la vocación de los Apóstoles, entendió que éstos no le tenían ningún tipo de apego a las cosas mundanas, sino que estaban a entera disposición de su Divino Maestro. Este conocimiento hizo brotar en ella un nuevo deseo de abnegarse a sí misma. De repente se sintió enteramente libre frente a todo lo terreno, muerta al mundo y a todas las criaturas.
32
En 1619 María se hallaba descontenta consigo misma, pues vivía sin sufrimientos ni adversidades. Creía que, con estos, su alma se haría más pura y sus obras más agradables a Dios. Mientras exponía sus pensamientos ante el Santísimo, Dios le dio a entender, con total claridad, que este descontento no le agradaba porque bajo este anhelo de sufrimiento se escondía su propia voluntad (de la que quería verla despojada por completo). Por este motivo, María quiso darse enteramente a Él, recibir de su mano todo, sin escoger nada.
33
En 1619 en Lieja, mientras María realizaba su meditación, Dios le mostró claramente el gran número de condenados y la reducida cantidad de los que se salvaban. Le dio a entender que la causa de su condena era la falta de correspondencia con la gracia de Dios, mediante la que podrían haber alcanzado la eterna beatitud; pues es solamente el libre albedrío del hombre, el que enciende las llamas del infierno.
34
El 10 de octubre de 1619 María estaba haciendo un retiro espiritual. Durante la meditación, con profunda humildad y con gran confianza, preguntó a Dios quién era Él. Entonces lo vio claramente entrar en su corazón y obtuvo aquel conocimiento que había pedido.
35
En el año 1619 en Lieja, concretamente en la iglesia de San Martín, delante del crucifijo que se hallaba junto al coro, Dios mostró a María que, aunque su Instituto no debía estar enteramente sometido a la Compañía de Jesús, sí que debía ser dirigido por dicha Compañía, para conservar el verdadero espíritu y no apartarse en manera alguna de éste.
36
En 1624 María obtuvo para su Eminencia, el cardenal de Trescio, el pronto restablecimiento de una fiebre maligna. Este favor fue agradecido mediante una peregrinación a la Virgen milagrosa del Monte Giovino, donde permaneció durante cinco horas.
37
En un viaje en 1625 y mientras María rezaba, Dios le hizo ver la excelencia del estado religioso. Entendió que la fuerza de éste no consiste en el poder temporal sino sólo en Dios; ante cuya grandeza vio desvanecerse todo poder de las criaturas y deshacerse en un solo instante.
38
En la fiesta de San Pedro ad Víncola, 1625 en Roma, y mientras María encomendaba su Instituto con insistencia a Dios, comprendió que la prosperidad, el progreso y la seguridad de éste no consistían en la riqueza, en la fama o en el favor de los príncipes; sino en el libre acceso de todos sus miembros a Dios, de quien tiene que venir toda la fuerza, la luz y la protección.
39
En 1625, en la iglesia de San Jerónimo de la Caridad en Roma, María se hallaba sumida en una profunda oración ante el Señor oculto en el Santísimo Sacramento. Pidió humildemente a Dios que le diera a conocer, que le revelara la manera más provechosa de sobrellevar los sufrimientos. Entonces percibió con total nitidez que a Él le proporcionaría un mayor agrado si aceptaba el dolor con gusto.
40
Cuando el 11 de abril de 1625, María oraba de rodillas en la iglesia de Santa María del Huerto en Trastevere, Roma, comprendió que ella no era nada y que Dios lo era todo. Entonces se vio sumergida en el amor divino y privada totalmente de sus sentidos. Halló el descanso en Dios y debido al resplandor de los rayos que emanaban del Santísimo y caían sobre su rostro, quedó durante algún tiempo privada del don de la vista.
41
El 26 de junio de 1625, en la iglesia de San Eligio en Roma, hallándose delante del Santísimo, María recibió de Dios una luz tan grande que la guio e iluminó sobre el perdón hacia sus enemigos. Desde ese momento, sintió un amor tierno hacia ellos y los solía llamar “amigos y amantes de celestial recompensa”.
42
Cuando en el año 1626, María rezaba por el Instituto en la iglesia de San Marcos en Roma, Dios le hizo oír interiormente las palabras de Cristo: “¿Podéis beber el cáliz que yo bebo?” y le manifestó cuántas adversidades, persecuciones y trabajos tendría que soportar por el cumplimiento de su santísima voluntad. María se ofreció a aceptarlo con alegría.
43
En la víspera de la Navidad de 1626, María llegó a Feldkirch en Tirol. A pesar del intenso frío y del cansancio del viaje, permaneció en la iglesia parroquial, absorta en una profunda oración desde las ocho de la noche hasta las tres de la madrugada.
44
Mientras María, el día de Navidad de 1626, asistía a la Misa Mayor en la iglesia de los Padres Capuchinos de Feldkirch y suplicaba ardientemente al Niño Dios por el rey de Inglaterra. Dios le mostró el inmenso y tierno amor con que lo abrazaba y cómo deseaba hacerle heredero de su gloria. A pesar de ello, este amor no era correspondido por el rey.
45
Cuando en 1626/1627 María viajó por primera vez a Munich, al llegar a Isarberg predijo a sus acompañantes que, según Dios le había revelado, el Príncipe Elector les iba a proporcionar, en la ciudad de su residencia, una casa confortable y un subsidio anual. Esto aconteció poco tiempo después de su llegada.
46
En 1626 cuando una de las suyas pensaba abandonar su vocación, María, llena de tristeza, buscó refugio en la oración para encomendar el Instituto a Dios y a su bendita Madre. Entonces Dios le reveló con claridad cuándo el Instituto iba a ser aprobado y también que esto ocurriría cuando menos lo esperara.
47
Una vez se hallaba María afligida por la falta de dinero y le pidió al Señor una determinada suma. Él le preguntó, interiormente y con toda claridad: “¿Te vale más esta suma que mi Providencia?”. Desde ese momento María entendió que no debía tener en cuenta las riquezas terrenales y, por el contrario, debía considerar la Divina Providencia como su único bien más preciado.
48
Al visitar una de sus casas, el Señor hizo conocer a María que una novicia tenía fuertes tentaciones en su vocación, pues todo le parecía difícil y duro. María la consoló diciéndole amablemente: “Hija mía, la virtud es difícil sólo para aquellos que así lo consideran. Nuestro camino hacia el Cielo consiste en aceptarlo todo de la mano de Dios y hacerlo todo por Él”. Con estas palabras la novicia quedó completamente tranquila y libre de toda tentación.
49
En Saint-Omer, Dios mostró a María un personaje distinguido y desconocido para ella, que vestía una vestidura episcopal. Le dio a entender que este personaje, aunque extraño, era un amigo del Instituto.
50
Dios se mostró a María en Saint-Omer y le dijo: “Sigue adelante, vas a morir pronto y tu recompensa será grande”.