¿Sabías qué?

En el ‘Mary Ward Hall’ en Augsburgo, Alemania, están expuestos 50 cuadros conocidos como la vida en pinturas de Mary Ward. Estos cuadros representan los acontecimientos relevantes de su camino espiritual. En nuestra web se pueden ver con la leyenda en español.

Sus padres, Marmaduke y Úrsula, bautizaron a su hija primogénita en secreto en la casa de Mulwith y le pusieron de nombre Jane. Fue la propia Mary Ward quien, en el momento de su confirmación (cuya fecha se desconoce), se cambió el nombre a María, “elección significativa de su amor a la Virgen”.

(Javirre, Jose María, La Jesuita Mary Ward, p 28)

Tanto por parte de madre, como por parte de padre, la familia de Mary Ward sufrió la persecución y la represión por su fidelidad al catolicismo y al papa de Roma. Ella nunca expresó rencor por esto. Solamente una vez, en 1617, cuando tenía 32 años, escribió este recuerdo de ellos: «Mis padres eran ambos muy virtuosos y sufrieron mucho por la causa católica».

Sus padres se casaron, probablemente, en 1584, Marmaduke Ward tenía 33 años y Ursula Wright tenía 18.

Los Ward obtienen su nombre de una gran propiedad de la familia llamada Ward of Givendale, en Yorkshire, en el norte de Inglaterra.

La palabra Ward es la versión inglesa del gaélico Mac, que quiere decir “hijo de”, “Custodio de”, “guarda”. El lema de los Ward es “sub cruce salus” (Bajo la cruz está la salvación).

En enero de 1585, mes del nacimiento de Mary Ward, el gobierno de Isabel de Tudor y Felipe II decretó una ley que daba “Cuarenta días” a todos los sacerdotes católicos residentes o infiltrados en su reino, para abandonarlo. Vencido ese plazo, “serían considerados reos de lesa majestad” a ellos y a quienes los encubrieran.

Se cree que la familia Ward tenía escondido un sacerdote católico en Mulwith.

Durante una época del reinado de Isabel de Tudor y Felipe II, se multaba a las personas mayores de 16 años que no acudían a los servicios religiosos anglicanos. La cuantía de las multas era muy elevada. 20 libras por mes para los cabezas de familia, 10 libras más si su mujer también era “recusante”, 10 libras más por cada hijo y otras 10 más por cada criado que faltase a los ritos. Muchas familias católicas se arruinaron en esa época por defender su fe, ya que cuando no tenían dinero para pagar, se les podían expropiar propiedades.

Marmaduke Ward pagaba las multas de su mujer durante todo el tiempo que duró la “ley de multas”, porque Úrsula Ward jamás cedió a participar en los servicios religiosos anglicanos.

Mary era la mayor de seis hermanos y hermanas.

Ella nació en 1585; su hermano David, en 1587; su hermana Frances, en 1590; su hermana Elizabeth, en 1591; su hermana Bárbara, en 1592 y su hermano George, en 1595.

Un confesor jesuita le regaló a Mary Ward cuando tenía 15 años ‘El Combate Espiritual’, del teatino Lorenzo Scupoli. Ella llegó a aprendérselo de memoria. De él dijo que “llegó a ser mi mejor maestro (…) una de las ayudas más eficaces que he tenido”.

‘El Combate Espiritual’, escrito a fines del siglo XVI, también fue favorito de San Francisco de Sales, quien lo llevó su bolso durante 18 años, lo leía diariamente y lo recomendaba siempre.

El libro es uno de los más famosos tratados de vida espiritual y está ampliamente disponible todavía hoy, incluso gratuitamente en PDF en internet.

A los 21 años, Mary logra permiso para seguir su vocación y meterse a monja de clausura, la única posibilidad que existía entonces para las mujeres. Cruzando el estrecho de la Mancha, viaja a Saint Omer, hoy el noroeste de Francia, donde ingresa en el monasterio de las Clarisas pobres. Allí pasa un año como “hermana lega”, pidiendo limosnas por las calles. Mary aceptó el mandato sin rechistar, aunque le producía “repugnancia” según sus propias palabras.

Debido a la represión de los católicos en Inglaterra, los conventos de monjas del continente estaban saturados, ya no había más plazas para las jóvenes con vocación huidas de Inglaterra. Desde el destino de hermana lega, Mary pensó que, uniendo las clarisas pobres con las clarisas ricas, se podría usar el edificio sobrante para abrir un nuevo convento donde ingresaran las monjas inglesas, y así se lo propuso al “comisario general” de la orden franciscana, visitador de las clarisas. Dejó el convento y se dedicó de lleno a la misión de abrir un nuevo convento para jóvenes inglesas, aunque acabó siendo otro edificio y la propia Mary no profesaría en esa congregación.

En el sigo XVII las mujeres solo podían ser monjas de clausura. El trabajo de apostolado estaba reservado para los sacerdotes. Pero Mary Ward vio que el apostolado también puede ser para mujeres. Esta convicción fue inspirada por la vida y el ejemplo de una mujer española, Luisa de Carvajal y Mendoza, quien, consagrada por vínculos religiosos de castidad y pobreza, decidió dedicar su vida a rezar y hacer el bien sin entrar en un convento. Este empeño fue castigado por los varones de la época con la persecución y la cárcel. Desde 1605 hasta su muerte en 1614, Luisa ejerció su “vocación de apostolado” en Londres, donde todo el mundo llegó a conocer sus andanzas, incluida una joven Mary Ward que precisamente en esos días estaba reflexionando para discernir cuál era el plan de Dios para su propia vocación.

El empeño de Mary Ward y sus compañeras por llevar una vida apostólica -y no de clausura- violaba las leyes de la Iglesia, por lo que el Instituto fue suprimido en 1631 por el papa Urbano VIII. Entre otras medidas, como la encarcelación, se prohibió a Mary comunicarse con sus seguidoras y escribirles cartas, pero ella continuó escribiéndoles en secreto. Enviaba cartas usando zumo de limón como tinta, ya que de este modo las letras solo aparecen cuando el papel se calienta. Hoy en día, sobreviven 23 de estas delicadas cartas escritas con zumo de limón.

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