TENTACIONES DE JESÚS EN EL DESIERTO

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y fue tentado por el diablo. No comió nada durante aquellos días, y después sintió hambre. El diablo le dijo:

–Si eres el Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan.

Jesús le respondió:

–Escrito está: “No solo de pan vivirá el hombre”.

Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto, y mostrándole en un momento todos los países del mundo le dijo:

–Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países, porque yo lo he recibido y se lo daré a quien yo quiera. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.

Jesús le contestó:

–Escrito está: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solo a él”.

Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo:

–Si eres Hijo de Dios, ¡tírate de aquí! Porque la Escritura dice: “Dios mandará a sus ángeles para que cuiden de ti y te protejan. Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra alguna”.

Jesús le contestó:

–También está escrito: “No pongas a prueba al Señor tu Dios”- le replicó Jesús.

Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de él hasta otra ocasión. (Lc. 4, 1-13)

 

“No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De este modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses”. (LS 75)

 

 

[…]  «la desaparición de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal» (LS 224).

 

 

Tú Señor fortaleces nuestra debilidad. Danos luz para discernir con claridad y poder crecer interiormente.

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