Pediatra, con muchos años de experiencia como voluntaria y cooperante, Concha Bonet tiene un potente discurso sobre lo que debe ser la cooperación y cómo cambiar la mirada -a menudo paternalista y todavía colonizadora- que desde Europa lanzamos a otros países. Se rebela contra el discurso del “salvador blanco” y pone de relieve el valor del personal local, los “verdaderos protagonistas”. Antigua Alumna de las Irlandesas, Bonet reniega del halo de héroe de quien se va a “salvar vidas”: “nosotros recibimos la medalla, pero quienes de verdad cooperan son quienes se quedan aquí y hacen posible que yo vaya”.

Pregunta: Te conocimos gracias a un vídeo en el que cuentas tu experiencia durante la llegada de refugiados y migrantes a las costas griegas en Lesbos.  Una de las religiosas que te dio clase te reconoció y nos puso sobre la pista. ¿Cuéntanos cómo ha sido esta experiencia?

En Lesbos estaba trabajando con Médicos del Mundo y desde la organización hemos trabajado mucho para que se entienda que es una cuestión de derechos: derecho a ser recibido, atendido en condiciones digna, pero es algo que hay que seguir trabajando, hablando de ello y recordando siempre. Hay que dar razones y explicar a quien no ha estado, y hay que ser pacientes, porque la cosas se transforman poco a poco.

El trabajo en sí era complicado porque los refugiados y migrantes entraban por distintas zonas de la isla y la acogida estaba muy desorganizada. Por un lado, había muchas organizaciones y mucha gente joven deseando ayudar, sentirse útil; conmovía su entusiasmo y su disponibilidad, pero a la vez era difícil coordinar todo y, además, había que tener en cuenta y ser respetuoso con el Gobierno griego. Fue complicado.

Pero estando allí te das cuenta de que cualquier de las personas que llegaban podría ser un hijo tuyo. Cualquiera. Cuando estás ahí, y los ves a todos bajando del barco, tan frágiles, es sobrecogedor. 

Refugiados a su llegada a las costas de Lesbos, en una imagen del 14 de noviembre de 2015, tomada por Fotomovimiento.org

Pregunta: Esta experiencia en Lesbos es muy reciente pero lo cierto es que llevas toda la vida realizando labores de cooperación y voluntariado. ¿De dónde viene esta vocación?

La verdad es que ya desde pequeña me gustaba mucho todo. Siempre tenía interés y curiosidad por cualquier cosa. Creo que cualquier disciplina, si profundizas en ella, te enamora. Y personalmente, desde siempre tuve el objetivo de irme fuera, pensaba en estudiar medicina, en irme a África, en viajar, en vivir sola… Pero todo esto se vino al traste porque… ¡me enamoré perdidamente!. Pensaba que se me pasaría, que se me pasaría, pero que no se me pasó. El chico, que ahora es mi marido, también quería estudiar Medicina, así que hicimos juntos la carrera y en el año 84-85 estuvimos un mes de voluntariado en Mozambique. Otro verano, todavía siendo estudiantes, lo pasamos en Liberia. Estábamos en el hospital católico, gestionado por la Embajada española, y eran ya unos años muy complicados en el país. Al poco de volver nosotros, comenzó la guerra civil [un sangriento enfrentamiento armado que duraría desde 1989 hasta prácticamente el año 2003, con ligeros parones].

Y viendo todo lo que veíamos allí, por ejemplo, enfermedades ya casi desaparecidas aquí, como el tétanos u otras, me daba cuenta de lo injusto que era todo. Pero, además, me empezaron a surgir muchas dudas éticas.

¿En qué sentido?

Me refiero la visión paternalista con la que se realiza muchas veces la cooperación. Existe la sensación de que somos los blancos con poder que vamos a salvar “al pobre”, imponiendo nuestra visión y sin escuchar sus propios argumentos. Es otra forma de colonialismo. La sociedad actual ha perdido sus referentes, que quizás antes era más la religión, la espiritualidad, ahora lo único que nos queda son los cooperantes: se hipertrofia la bondad, la idea de sacrificio del cooperante. Y no es del todo verdad. Los que vamos nos estamos ayudando a nosotros mismos. Yo me voy, primero, porque puedo; segundo, por justicia, y tercero: porque necesito cambiar, aprender, conocer otras formas de vida y otras situaciones.

Existe la sensación de que somos los blancos con poder que vamos a salvar “al pobre”, imponiendo nuestra visión y sin escuchar sus propios argumentos. Es otra forma de colonialismo.

¿Has aprendido mucho en tus estancias?

Claro que sí. Porque este mundo es global, todo está conectado. Nosotros podemos llevar materiales que allí no tienen, pero ellos tienen un conocimiento mucho más holístico; nuestro saber es mucho más parcelado, dependemos mucho de las pruebas para hacer cualquier diagnóstico. Eso es muy bueno, porque tenemos esa capacidad, pero es admirable ver cómo el personal local formado en medicina es capaz de hacer de todo. He conocido a buenísimos médicos. Y en muchas ocasiones, yo habría sido incapaz de hacer nada sin ellos, porque yo no estoy formada para hacer diagnóstico y curar sin lo más básico: analíticas, radiografías… Hay cosas que yo jamás había visto, y en esas ocasiones, eres como un cero a la izquierda hasta que no tienes el apoyo del personal local. Hay que ser más honestos y reivindicar su labor y su valor.

Por ejemplo, con las enfermedades tropicales. Yo no las conocía en profundidad, dependía de los médicos locales para que me guiaran. Y me da rabia porque ellos son siempre anónimos. La historia se cuenta cuando el personal extranjero llega allí, sin contar todo lo que se ha hecho antes, sin contar que son ellos los que te llevan de la mano. Por no hablar de la importancia de conocer los idiomas y los dialectos locales; sin eso, no hay nada que hacer para un médico.

Lo que me cuentas me recuerda a un libro que se titula “Blanco bueno busca negro pobre”…

Pues sí, es algo así. Yo recomendaría ‘El espejismo humanitario’, de Jordi Reig, biólogo, que ha trabajado en cooperación en muchísimos países del mundo, y cuenta cosas con las que yo estoy totalmente de acuerdo.

¿Qué deberían hacer las organizaciones para mejorar en estos aspectos?

La verdad es que ya están haciendo muchas cosas. En primer lugar, es necesario que tengan un fuerte componente de denuncia y sensibilización, de cara a la ciudadanía y también para las propias personas que van como cooperantes. Es clave tener una buena formación y estar mentalmente muy preparados. Por ejemplo, es muy fácil considerarte un héroe, porque cuando vuelves de una situación de emergencia, regresas y todo el mundo te pone una medalla. Sin embargo, nadie habla de la doctora local que reaccionó inmediatamente la noche que una niña convulsionaba mientras tú te quedaste paralizada.

También es importante tener buenos protocolos de actuación y, de nuevo, mucha formación. La experiencia te va haciendo más humilde, con capacidad para darte cuenta de todo lo que no sabes.  Porque hay veces que, con la mejor intención, puedes terminar empeorando las cosas. Por ejemplo, hay tratamientos que no están indicados en determinado país, la conservación de las medicinas no siempre es la óptima… Incluso a nivel global, se pueden cometer grandes errores. En Haití, por ejemplo, después del terremoto, llegó tanta ayuda humanitaria que la frágil economía local de la isla se destruyó por completo. ¿Quién iba a querer comprar nada si se estaba repartiendo gratis?. Era necesaria la ayuda, pero hay que saber organizarla.

Y, por supuesto, hay que dejar a un lado la mirada de superioridad y admirar lo que son capaces de hacer en terreno. Las matronas de muchos países hacen cosas increíbles y los hacen sin apenas sin recursos; técnicas que ni los ginecólogos se atreverían a hacer aquí.

Has hablado del terremoto de Haití, ¿cómo fue tu experiencia allí?

Fue la primera emergencia grande que yo he vivido y la sensación que tuve es que era como un actor, sales a un escenario y actúas con muchísimas manos que te están sujetando. Manos invisibles y anónimas. Manos que son las de mi familia, mi marido Carlos LaHoz, mis compañeros que a veces me doblan, mis hijos, el gerente, el director médico… Tanta gente que hace que tú te puedas ir. Nadie se acuerda ni lo reconoce, tú te llevas todo el mérito. Sin todas esas manos tú nunca hubieras salido. El que coopera es el que se queda aquí, ocupándose de las cosas de la casa, de los niños, eso tiene muchísimo mérito. Es muy generoso, quizás más que nada. Porque tú vas, aprendes, tienes una experiencia enriquecedora y quieres volver, es una especie de adicción. Si no voy, me parece que me falta algo. Pero no es un rasgo de bondad, sino de curiosidad.

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