Nos encontramos con las responsables de la organización ‘Save a Girl Save a Generation’. Esta es la historia que nos han contado.

Cuando Asha Ismail vino a vivir a España en 2001, con el que entonces era su marido, español, se fueron a vivir a un pueblo de Madrid. Al principio, su vida era dura, no sabía español, su marido trabajaba y ella no tenía red social con la que poder comunicarse fácilmente. Cuando aprendió español, empezó a trabajar como traductora de somalí y swahili a español. “Mi español no era perfecto, pero no había más”, trabajaba con los solicitantes de asilo que llegaban de Somalia y del África del Este. “Estaban llegando muchas familias de Somalia y empecé a darme cuenta de que había familias que llegaban con hijas y nadie estaba hablando de un tema: de la mutilación genital femenina”, cuenta. Ella sufrió esta práctica cuando era una niña, como el 98 % de las mujeres de Somalia.

En esa época, Asha tuvo una infección que le obligó a visitar a la ginecóloga, recuerda la cara de susto de la mujer, que empezó a llamar a otros médicos “Lo pasé fatal, salí de allí muy mal…”. Se planteó que tenía que hablar de ello, llegar a más gente, contactar con mujeres que han sido mutiladas como ella, con mujeres que pueden estar pensado en mutilar un día a sus hijas, contactar con los diversos profesionales que en Europa se pueden enfrentar a una MGF, médicos como su ginecóloga, trabajadores sociales, policía, educadores…
A través de una organización podría lograr mejor este objetivo de romper el silencio y el tabú. Y por eso creó la ONG Save a Girl Save a Generation, (salva a una mujer, salva a una generación), en 2007.


Al principio, su hija Hayat era muy joven y no estaba conectada con estos temas. Pero cuando ella misma fue madre de su primera hija, decidió implicarse de lleno en la lucha contra la MGF porque comprendió lo que su madre había hecho, comprendió que el cambio es posible, su madre lo había logrado. “Oficialmente, Save a Girl nació en 2007, pero la realidad es que Save a Girl nació cuando nací yo”, explica Hayat. Cuando su madre tenía 15 años, iban a mutilar a su hermana pequeña y ella se rebeló, tuvieron que encerrarla bajo llave porque quería evitar la mutilación de su hermana a toda costa. Se juró que nunca haría eso a una hija suya. Cuando nació Hayat, lloró desconsoladamente “A qué mundo he traído a esta niña…”, pero su determinación superó las barreras y lo que no logró con su hermana, lo logró con su hija, la salvó.
Hayat explica, “por eso somos Save a Girl Save a Generatio, Yo soy esa girl y mis hijas son esa generación. Mi madre, mi tía, mi abuela, mi bisabuela… ¡todas las mujeres de mi familia estaban condenadas a repetir esto! Gracias a la rebeldía de mi madre, la vida para las mujeres de mi familia cambió, ahora mi prima tampoco ha sido mutilada”. Aunque después respira aliviada “Gracias a Dios en mi familia hay más chicos que chicas…”.
Todo empezó con una página de Facebook en la que Asha escribía más en inglés que en español, también hacía samosas (empanadillas), calendarios y todo lo que se le ocurría, para sacar fondos. Con esos fondos pagaba los estudios de algunas niñas en Somalia.
Hoy es una organización de lo más reconocida y respetada por la inmensa labor de sensibilización que ha logrado, tanto en España y en Europa, como en África, porque tienen un centro en el barrio somalí por excelencia de Nairobi, la capital de Kenia, donde mujeres de allí, formadas por SaG SaG, hacen una labor impresionante entre las mujeres locales. Ahora el Facebook de la organización tiene más de 10.000 seguidores, el Instagram tiene 15.000 es un auténtico escaparate, como son las redes sociales hoy en día.
Las mujeres somalíes, las más afectadas

El pueblo somalí no está solo en Somalia, explican, está en Kenia, en Etiopia, en Somalia, en Eritrea y Yibuti, incluso en Sudán y Sudán del Sur. Ellas viajan a la región a menudo. El año pasado, visitaron el pueblo y la casa donde Asha fue mutilada, porque están haciendo un documental sobre su vida. “Allí había una señora con tres niñas, 5, 7 y 9 años. Yo tengo ahora 54 años, me hicieron la MGF a los 5 años… casi medio siglo después, aquellas tres niñas habían pasado por la mutilación genital femenina… en la misma casa”, lamenta Asha, “me quedé hecha polvo, me afectó mucho”. Esa noche no pudo dormir y pensó en organizar una comida con las mujeres del pueblo para darles información… “No es que las madres de Somalia no quieran a sus hijas, todo lo contrario, pero no lo relacionan con el daño, sino con la cultura, es una norma social, lo que se ha hecho siempre”, aclara. Por eso, “cuando llegas a ellas y hablas con ellas de corazón, como todas quieren lo mejor para sus hijas, es entonces cuando piensan, “Ah, pues igual no lo hago. Si puedo evitarlo, lo evitaré”. Porque solo con las leyes que lo prohíban no basta, sin información, la costumbre no cambiará, además de las leyes hace falta informar a la gente” insiste Asha, que cuenta de esa comida que, una mujer casada con 12 o 13 años, con 8 hijos, sólo trabajaba su marido, decía: ¿Qué hago yo? Si me quiero rebelar ¿a dónde voy? ¿Quién me va a acoger a mí y a mis hijos? “Y tenía razón”, asegura Asha, por eso es tan importante el centro de formación y casa de acogida que han abierto en Nairobi. Cada grupo de mujeres que se forman informan a otras, corren la voz, hablan con otras, el efecto es multiplicador. Una mujer que acudió a una formación, que se llama “Kuelekea Mabadiliko” (que significa Caminando hacia el cambio, en swahili), horas después, mandó un audio a la trabajadora social para decirle lo feliz que estaba porque nunca habían tenido oportunidad de hablar de estas cosas, que había vuelto a casa y “seguía sonriendo”.
Alguien dijo una vez “Si tus sueños no te asustan es que no son lo suficientemente grandes”, los sueños de los que hablan esta madre e hija no tienen techo y, por lo que cuenta, todas las mujeres que se les van uniendo aquí y allá tienen ese mismo entusiasmo. “Porque tenemos poco dinero, y tenemos que estirarlo al máximo, si no… Cada vez que nos reunimos con las de aquí o con las de Kenia solucionamos el mundo, luego tenemos que bajar a la tierra y seleccionar prioridades, buscar estrategias que multipliquen los efectos, etc”, cuentan.

Sus logros son impresionantes y cada vez van a serlo más, porque su pasión es entre admirable y contagiosa. Desde luego la madre ya ha contagiado a la hija y la cadena continúa. Hayat, sobre su papel de Fundraiser en la ONG dice “Si tuviera que vender coches, no lo haría, pero para esto, ¡lo doy todo!”.