PENTECOSTÉS

Pentecostés. Una fiesta de alegría, gratitud, introspección sobre los dones del Espíritu Santo que nos gustaría sentir más presentes en nuestras vidas y el final de la temporada de Pascua, lo que me hace preguntarme si este es el final de la temporada de Pascua o su objetivo.

Un día de celebración para el pueblo judío, que marca la entrega de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí, el nacimiento de un nuevo pueblo bajo la ley de los 10 mandamientos. Qué importante es tener una ley, una ley que haga que todos se sientan seguros dentro de unos límites concretos, una ley que surgió bajo un pacto entre el único Dios y sus elegidos. Una ley cuya interpretación confirma a la viuda que da su última moneda al templo y facultó al Sumo Sacerdote para acusar a Jesús de blasfemia (Levítico 21,10) porque se hacía llamar Hijo de Dios (Mateo 26, 63).

No hay duda de que los apóstoles fueron testigos de tantos milagros y escucharon tantas parábolas de Jesús, cuyas enseñanzas podían simplemente repetir, que probablemente el miedo y la confusión en sus corazones y mentes es difícil de entender para nosotras hoy, cuando sabemos que Jesús es Dios. Sin embargo, están a puerta cerrada en el aposento alto.

¿Cuántas veces no estamos nosotras también detrás de puertas cerradas en nuestra fe? Temerosas de lo que las demás puedan decir, pensar o reaccionar si nos declaramos cristianas. Preferimos hablar de valores, no de virtudes, de abrazar las diferencias y no la otra identidad. Con el sacramento de la Confirmación recibimos un (re)nuevo Bautismo «con Espíritu Santo y fuego» (Mateo 3, 11).

No reconocemos realmente a las personas que fueron bautizadas.

El P. Richard Rhor OFM, hablando de Pentecostés, dice: «Si nunca hay movimiento, energía, entusiasmo, amor profundo, servicio, perdón o entrega, puedes estar bastante seguro de que no tienes el Espíritu. Si nuestras vidas se limitan a ser rutinarias, si nunca hay una convicción profunda, no tenemos el Espíritu. Haríamos bien en avivar el don que ya tenemos».

 Así es como reconocemos a las personas que han sido bautizadas en el Espíritu. Son diferentes. Tienen una felicidad interior, una sonrisa especial, una profunda convicción de que son amadas y dan amor en sus acciones cotidianas, al servir a los demás, y no sólo ser servidas ellas mismas, al aceptar sus vulnerabilidades y limitaciones, al perdonarse a sí mismas y perdonar a las demás, al construir la paz y la comunión donde hay guerra y división. Este es su Pentecostés cotidiano.

En esta fiesta de Pentecostés, ¡deseo con ustedes el deseo de querer al Espíritu y morar en su presencia!

Adina Bălan CJ, Roma

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