EL PODER DE LA RESURRECCIÓN

Juan, el apóstol del Amor, el que ama y es amado, escribe: «El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro por la mañana temprano, cuando aún estaba oscuro”. Habían pasado pocas horas desde el entierro de Jesús y Magdalena estaba ansiosa, quería ir a su Amor, perfumar su cuerpo para demostrarle que le amaba. Magdalena desafía todas las dificultades y va sola al sepulcro, cuando todavía está oscuro. El sol aún no aparece y la tierra sigue en tinieblas como el corazón de Magdalena, donde hay tristeza, decepción y oscuridad. María está enamorada, ya no puede vivir sin su Jesús, debe encontrarlo dondequiera que esté. Lo busca hasta que encuentra al que ama: todavía hay oscuridad y llanto en ella. Llega al sepulcro y ve que han quitado la piedra de la tumba: se ha superado un obstáculo, pero Jesús ya no está allí. ¿Quién me ha precedido? ¿Quién se ha llevado mi Amor? ¡Estoy enferma de amor! ¿Dónde está, dónde se han llevado a mi Señor? Angustiada y presa de estos pensamientos, corre hacia Pedro y Juan y les da la noticia: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto». Cuántas veces también nosotros nos llevamos al Señor de nuestra vida y no sabemos dónde lo hemos puesto. Cuántas veces nos olvidamos de Dios. Cuántas veces no buscamos a Aquel que siempre nos ha buscado. Así que Pedro y Juan corren al sepulcro, el discípulo a quien Jesús amaba llega primero, pero con gran delicadeza y finura espera a Pedro en señal de estima hacia él, ve las vendas, pero no entra. Pedro se acerca al sepulcro, entra y ve el sudario y los lienzos pulcramente doblados: tras la observación de Pedro, el otro discípulo entra también en el sepulcro y «vio y creyó». Al ver esto, el discípulo amado cree en Jesús.

Señor de la vida, aun sin haberlo visto. Juan ve los signos, ve con el corazón y cree en el Resucitado, el primero que, sin haber visto, cree. Es el amor el que te lleva al corazón de las cosas. Pedro ve con la cabeza, Juan ve con el corazón y cree. «Todavía no habían entendido la Escritura, que había de resucitar de entre los muertos». Pidamos al Señor -mirando hoy a María de Magdalena, la primera evangelista de la resurrección, a Simón Pedro y al otro discípulo, al que Jesús amaba- que nos ayude a conocer el poder de la resurrección, pasando de la tendencia a «tomar y sostener en nuestras manos el objeto de nuestra esperanza» a la plena disponibilidad a «dejarnos tomar» como sujetos del seguimiento del Resucitado.

 

María Rosa Cassati CJ, Italia

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