CEGUERA ESPIRITUAL

«… nació ciego para que las obras de Dios se manifestaran en él».  (Jn 9,3)

Evidentemente, es posible vivir ciega, pues muchos de nuestros hermanos y hermanas que no pueden ver viven a menudo vidas bastante «plenas». De hecho, quienes nacen ciegos ni siquiera saben lo que es ver. Lo mismo ocurre con la ceguera espiritual. Innumerables de nuestros semejantes no conocen ni a Jesús, ni al Padre, ni al Espíritu Santo, ni la Palabra vivificadora de Dios. Sin embargo, si viven según la ley del amor escrita en sus corazones, son, según el Vaticano II, cristianos anónimos y no pecadores…

¿Cómo puede ser nuestra ceguera espiritual?

Por ejemplo, el miedo. Que muchas veces nos aferramos tanto a nuestras tradiciones que tenemos miedo de perder tantas cosas a las que estamos acostumbrados.

En este pasaje del Evangelio vemos el miedo de los padres, que los aleja de Jesús y quizá incluso de su propio hijo (Jn 9,20-23). Sin embargo, el ciego de nacimiento no tenía miedo. Para él, Jesús no sólo curó sus sentidos físicos. Fue capaz de responder sin miedo a los líderes de la comunidad que intentaban intimidarle: «Sabemos que este hombre es un pecador». (Jn 9,24) Pero él respondió con valentía e incluso contradijo a los fariseos: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores… Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». (Jn 31. 33.)

¿Qué ilumina para nosotras en nuestro proceso de Unión? Hay muchas cosas que tememos cuando nos enfrentamos a un cambio importante. En esos casos necesitamos la sanación de Dios. Si hemos sido sanadas y lo hemos confesado, entonces podemos glorificar, honrar y servir a Dios (EE 23). Creo que Jesús puede sanar nuestra ceguera espiritual, para que sólo nosotras deseemos y elijamos aquello que nos conduzca mejor al propósito para el que fuimos creadas (EE 23).

«El entonces dijo: «Creo, Señor”. Y se postró ante él. (Jn 9, 38)

 

Judit Knáb CJ, Hungría

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