Itxaso Urcelay, antigua alumna de las Irlandesas de Leioa, dice que lleva una vida diaria sencilla y que desde ahí intenta contribuir a que se produzcan pequeñas transformaciones sociales. Es madre de un joven de 14 y una niña de 10 años, se define como “creyente convencida en los valores del Evangelio”, cree que la Iglesia Católica necesita una renovación con mayúsculas que centre sus esfuerzos desde la raíz en luchar contra las grandes desigualdades y la explotación de las personas que existe en la actualidad. Es miembro del movimiento de Seglares Claretianos y trabaja en la Asociación Claretiana para el Desarrollo Humano, Sortarazi, entidad que desde su creación ha iniciado decenas de proyectos sociales dirigidos a personas en situación de riesgo o exclusión social en Bizkaia.
P: ¿Desde cuándo trabajas en el campo social de la exclusión?
Mi contacto con personas en riesgo de exclusión social de la zona de San Francisco en Bilbao comenzó cuando tenía 18 años en un grupo de voluntariado con otras personas jóvenes. Nosotros mismos organizábamos actividades de ocio para niños y niñas, mayoritariamente de etnia gitana, que en aquellos tiempos carecían de alternativas de ocio saludables en el entorno en el que vivían. De eso hace ya 26 años.
Actualmente, Sortarazi gestiona entre Bilbao, Leioa y Getxo varios Centros de Día y un albergue nocturno de atención a personas en exclusión social, muchas de ellas sin hogar y con otras dificultades añadidas de salud, escaso o nulo entorno social, etc. También ofrecemos servicios de acompañamiento social y orientación al empleo (reparto de alimentos, formación básica y ocupacional inicial, intermediación con empresas de la zona…) tanto para familias autóctonas con escasos recursos o dificultades sobrevenidas, como para familias inmigrantes o refugiadas, y jóvenes inmigrantes recién llegados o que han salido de los recursos tutelados al hacerse mayores de edad.
¿Qué te impulsó a trabajar en este ámbito, habiendo estudiado derecho?
Estudié Derecho Económico por orientaciones externas, porque tendría buenas salidas laborales, pero en mis años de universidad me di cuenta de que lo que a mí me hacía palpitar eran las materias más relacionadas con la Justicia Social y con aquellos campos que podían ejercerse al servicio de las personas que viven situaciones de mayor exclusión del entorno que consideramos “normalizado”. Por esa razón al finalizar los estudios, realicé el postgrado de Práctica Jurídica centrándome en temas como extranjería o derecho penal.
Al haber continuado durante todos estos años en contacto con los grupos de voluntariado y el entorno comunitario del barrio San Francisco, desde donde fuimos construyendo proyectos de intervención social cada vez más profesionalizados y organizados, mi primera oferta laboral fue para trabajar como educadora social, profesión de reciente homologación y con poca demanda en aquel entonces.
Mi experiencia en la educación social venía desde los 18 años, cuando los grupos de voluntariado preparábamos formaciones específicas de manera casi autodidacta, con ayuda de otras asociaciones de la zona. Todo ello me ofreció una experiencia y una práctica en la educación social muy rica, como voluntaria y como profesional. Además, la cercanía a las personas que me ofrecía esta profesión, me atraía mucho más que el contacto que tuve en el mundo de los juzgados y los formalismos del Derecho.
Actualmente trabajo coordinando las diferentes iniciativas de la entidad, organizando los recursos humanos, materiales y económicos. La combinación de mis estudios y experiencias profesionales me ha facilitado una buena base para ello.
¿Qué fallas habéis visto durante la pandemia, qué camino ves a seguir para la sociedad de España y de Europa?
Esta crisis ha venido nuevamente a evidenciar la debilidad y estado precario del pilar social en el Estado del Bienestar europeo y más aún en otros países occidentales en los que la salud pública y social está minusvalorada o reducida a las clases económicas más pudientes.
Los primeros días de confinamiento, quienes debíamos salir a trabajos esenciales como atender a personas alojadas en el albergue o repartir comida, vimos cómo las calles estaban únicamente ocupadas por quienes no tenían ningún lugar para confinarse, y la pobreza se hizo mucho más visible. En mi ciudad se había hecho un año antes un recuento de 400 personas que vivían en la calle, y de repente nos encontramos con que realmente había más de 700 personas que no tenían dónde acudir para refugiarse ante la prohibición de deambular por la calle. Ha sido mucho el esfuerzo que hemos realizado estos meses instituciones, agentes sociopolíticos, funcionariado, profesionales de la intervención social y muchísimas personas voluntarias para ofrecer alternativas de confinamiento (no me atrevo a llamarlas cobijo) en albergues improvisados en polideportivos y otras instalaciones en condiciones muy precarias de carácter urgente, pensados para 2 semanas y que se utilizaron durante más de 2 meses. Sería bueno que en próximas crisis sanitarias la posibilidad de cobijo estuviera garantizada de antemano para todas las personas en nuestro país. También estamos desbordados ante la creciente demanda de alimentos y ayudas para el mantenimiento de la vivienda de familias que se han quedado sin trabajo ni otra fuente de ingresos desde el estallido de la pandemia.
Creo que debemos aprovechar esas evidencias para fortalecer el conjunto de políticas públicas encaminadas a lograr una sociedad cohesionada e igualitaria en el que todas las personas tengan cabida con la misma consideración hacia sus vidas y sus derechos. Si dejamos que otros y otras pasen hambre, no tengan qué dar de cenar a sus hijos e hijas, o vivan a la intemperie un invierno tras otro debajo de nuestras casas y propiedades (algunas sin habitar en espera a obtener otro aprovechamiento futuro de las mismas), no podemos estar orgullosos ni disfrutar de nuestra sociedad. Todo lo que podíamos haber construido previamente en épocas de bonanza y no lo hemos hecho, debemos construirlo ahora con mayor esfuerzo porque siempre será mejor para quienes en ella vivimos, para todos y todas.
¿Qué recuerdos tienes de las Irlandesas? ¿Ha sido significativo para ti haber estudiado es su colegio?
En Irlandesas pasé 12 años de mi infancia y adolescencia, los años en los que una va formando su identidad y estableciendo sus valores prioritarios, continúe unos años más en contacto con grupos de Fuego Nuevo, y sigo también manteniendo amistad y contacto con la Madre Blanca Bergareche. Aún me emociono al recordar aquellos años, y sé que mis vivencias y aprendizajes con compañeras y profesoras, de un nivel humano y de conocimiento incalculable, me permitieron, entre otras cosas, desarrollar la capacidad crítica y de pensamiento que ahora tengo, vivir mi fe de una forma más auténtica, espiritual y humanizadora con la figura de la Virgen María de referente (recuerdo como en último año de colegio hicimos una ceremonia como Hijas del Corazón de María cuya medallita aún conservo), y a valorar la importancia de nuestra participación como mujeres en todas las esferas personales, sociales y eclesiales. Siempre llevo en mi corazón e intento tener presentes algunas de las palabras y actitudes que la vida de Mary Ward nos enseña: alegría, libertad, justicia y verdad.