
Poco a poco, empezamos a salir del confinamiento. Llega ahora el momento de ser responsables y de poner en práctica lo meditado en estos meses en los que hemos reflexionado sobre la fragilidad de la vida, en los que hemos visto que la salud de todos y de la madre tierra es nuestro bien común más preciado. Hemos comprobado que todo está conectado.
Todavía con la tristeza en nuestros corazones por los que nos han dejado por la pandemia y el dolor por esa falta de “despedida” de los seres queridos… Hemos crecido en empatía y ha sido una lección dura.
¿Quién no ha reflexionado sobre qué es efímero y qué es importante en nuestra vida individual y colectiva? ¿Quién no se ha visto sorprendido por lo poco que necesitamos un consumo desmedido, la competitividad, el estrés y las prisas y lo mucho que necesitamos una caricia de los seres queridos?
Que toda esta experiencia no nos haga más egoístas e intolerantes, sino que nos haya servido para buscar una nueva normalidad más humana y más acorde con el evangelio. Desde muchos rincones, nos decimos unos a otros “¡No volvamos a la vieja normalidad! ¡enderecemos el rumbo equivocado que llevábamos!”.
Ante nosotras y nosotros se abre esta nueva realidad aún por definir. Está en nuestra mano empezar a trabajar en unión por un mundo más respetuoso, justo y solidario con todas las personas y con nuestra Casa Común.
Después de semanas compartiendo píldoras para la reflexión, hoy queremos animarnos a mirar hacia el futuro con la emoción de quienes tienen en su mano el poder de trabajar por un mundo mejor.