La XVI Asamblea del Sínodo finalizó el 29 de octubre, pero el proceso sinodal sigue en marcha. El documento de síntesis vuelve a las iglesias locales, donde todo empezó y donde debe concretarse. En octubre de 2024 tendrá lugar la próxima Asamblea General en el Vaticano.

Muchos elementos convierten a este Sínodo en un hito. En primer lugar, su duración, ya que no se restringe a un evento puntual, sino que se está desarrollando en un proceso largo, en varias fases, con la intención de permitir la participación de toda la Iglesia y de todos en la Iglesia. En segundo lugar, por una representación del Pueblo de Dios en la Asamblea, con 70 participantes no obispos con derecho a voto (54 de los cuales han sido mujeres), que no se había producido hasta ahora. También ha sido novedosa la metodología de trabajo. No se ha elaborado un documento cerrado que tuviera que ser aprobado en la Asamblea, sino que el Instrumentum laboris estaba formulado como preguntas y claves para discutir. Las sesiones de trabajo han discurrido en lo que se han llamado conversaciones en el Espíritu, un diálogo compartido a la luz de la fe y buscando el querer de Dios.

La celebración del Sínodo no ha estado exenta de polémica y ha dejado transparentar la beligerancia de esa minoría de cardenales que ven en estas novedades un peligro para la unidad de la Iglesia, y probablemente también ponen en cuestión su autoridad mal entendida. Y por otro lado, tampoco ha satisfecho las esperanzas de las organizaciones católicas más progresistas que esperan cambios más significativos en la incorporación de los laicos, especialmente de las mujeres, a ministerios y puestos de representación y decisión dentro de la Iglesia. Pero según los testimonios de algunos participantes si algo ha caracterizado la marcha de la Asamblea ha sido la actitud de diálogo constructivo y de escucha respetuosa de muy diferentes sensibilidades.

¿Y qué conclusiones se han sacado en esta primera Asamblea General del Sínodo? Se ha elaborado un documento de síntesis dividido en tres capítulos, que corresponden a los tres aspectos de la sinodalidad de la Iglesia: la comunión, la participación y la corresponsabilidad. En cada capítulo se recogen convergencias, cuestiones que afrontar y propuestas. Cabría destacar lo siguiente:

  • La sinodalidad como esencia propia de la Iglesia, cuyo significado hay que seguir profundizando.
  • El reconocimiento de algunos errores históricos que han entorpecido la sinodalidad, como el clericalismo, el machismo y el uso inadecuado de la autoridad.
  • La actitud de escucha a toda la Iglesia. Muchos que hasta ahora han podido sentirse excluidos o incluso heridos por la Iglesia son reconocidos, no como objeto de discusión, sino como sujetos que quieren aportar su mirada.
  • Propuestas audaces sobre revisión del Derecho Canónico para asimilar la incorporación de laicos, también mujeres, a diversos ministerios, incluso el diaconado.

Al final del documento se anima a que el proceso sinodal siga en las iglesias locales. Me pregunto si nuestros obispos tomarán valientemente el reto de organizar en sus respectivas diócesis procesos sinodales para seguir caminando en comunión, participación y corresponsabilidad.

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